Viajes

México (D.F. y alrededores) – Capítulo final

Ya estoy en Madrid, en mi casita, delante de mi ordenador. He aterrizado esta mañana sobre las 6 de la mañana después de haber mal-dormido unas 2 horas en el avión, así que a casita donde he dormido unas 4 horas más. Vamos a ver esta noche si me puedo dormir a mi hora…

Bueno, rebobinemos. Estaba yo el viernes aún en México D.F. cuando…

¡La venganza de Moctezuma me alcanzó! ¿Será por el picante? ¿Por la falta de salubridad en comidas y/o bebidas? Vete tu a saber. El caso es que desde el jueves por la mañana me empezaron a doler bastante las tripas, y el viernes por la noche ya estaba malamente… Vamos, que momento brown party total. Y, aunque con menor potencia, hasta hoy todavía sigo…

Preguntando a mis compañeros españoles que andan por allá me recomendaron que acudiera a una «Farmacia del Ahorro» que hay en el Paseo de la Reforma, de camino de la oficina al hotel. En cada sucursal de esta cadena de farmacias hay un médico titulado y gratuito que te diagnostica y receta medicinas básicas para enfermedades comunes no graves. Y luego cuentan con su propia marca blanca de medicinas genéricas. Lo curioso es que, al contrario que en España, donde los genéricos los hace cada laboratorio, dentro de las cajas de medicinas «Farmacia del Ahorro» están las pastillas con la marca propia de cada laboratorio. Por ejemplo, dentro de la caja de loperamida (lo que en España viene siendo el Fortasec de toda la vida)  había unas tabletas de marca «Exclefin», Loperamida tabletas 2 mg. Vamos como si aquí en España dentro de una caja de «Paracetamol» genérico vinieran las pastillas con embalaje poniendo «Gelocatil».

El caso es que viernes y sábado aguanté a base de Gatorade (el Aquarius de Coca-Cola no se vende por aquellos lares). El viernes terminé ya el trabajo que había ido a hacer por allá (aunque quedan algunos flecos pendientes que pueden terminarse desde aquí).

¡Y llegó el sábado! A hacer un poco el turista. La verdad es que lo que me apetecía el viernes por la noche era cogerme el avión y volverme para Madrid, para pasar el fin de semana con mi familia, pero tema de los precios de los vuelos, salía mucho más barato despegar el domingo al mediodía…

Así que tournée turístico para visitar Basílica de Guadalupe y Pirámides de Teotihuacán. A las 8:30 en la recepción del hotel. Me recoge mi guía, Sergio, muy amable, y me introduce en una Toyota HiAce de 15 plazas.

Una furgonetilla como esta fue la que nos llevó a dar una vuelta por ahí.

Y a partir de ese momento fuimos dando una vuelta por los distintos hoteles del centro. En la misma zona rosa se montó un matrimonio colombiano. De ahí al centrito mismo de Ciudad de México, la plaza del Zócalo (donde se encuentra la Catedral, la sede de la Presidencia de la Nación y la sede de la Presidencia del Estado de México D.F.)..

La cuarta parte de la Plaza estaba ocupada por tiendas de campaña por una protesta que lleva allí desde primeros de año. El resto estaba reservado para un gran concierto que se iba a dar allá el sábado por la noche.

Tras recoger por la zona a 2 coreanos del sur, nos dirigimos a otros hoteles hasta completar las 12 plazas disponibles para turistas.

Una hora más tarde, y una vez recogidos todos (2 australianas, 2 coreanos, 3 mexicanos, 4 colombianos y este españolete) fuimos a ver primero la Plaza de las Tres Culturas, un lugar donde se unen las tres culturas que conforman el México actual: la prehispánica, la colonial y la moderna mestiza. En este lugar también se puede considerar que fue donde se inició el mestizaje de la cultura nativa y la hispánica,

EL 13 DE AGOSTO DE 1521
HEROICAMENTE DEFENDIDO POR CUAUHTEMOC
CAYÓ TLATELOLCO EN PODER DE HERNAN CORTÉS

NO FUE TRIUNFO NI DERROTA:
FUE EL DOLOROSO NACIMIENTO DEL PUEBLO MESTIZO
QUE ES EL MÉXICO DE HOY

De allí, a la Basílica de Guadalupe. Allí, además de aprovechar para venerar la tilma de la Virgen, y rezar un rato, pude observar claramente uno los mayores problemas que tiene la Ciudad de México: se hunde a un ritmo de unos 10 centímetros al año. Pero lo hace de manera no uniforme, por lo que los edificios tienden a ir inclinándose.

Este hecho es muy visible en la antigua basílica, que tuvo que ser cerrada en los años 70 del siglo pasado por peligro de desplome. Tras ello en 3 años se construyó la basílica nueva, y se inicio un proceso de estabilización y refuerzo de la basílica antigua, que volvió a abrirse al público el año 2000, y de momento está sirviendo para que de momento sea segura.

La inclinación se hace muy visible en la puerta de la capilla central.
Compárese la inclinación entre el pequeño edificio central y el resto.
Y aquí también podemos observar la inclinación absurda que tiene la antigua Basílica.
Compárese las columnas con el cable de las lámparas colgadas. En un edificio recto, serían paralelas…

Entrar en la antigua basílica es completamente mareante: el suelo está inclinado de manera notoria, y las referencias normales de ángulos rectos desaparecen. Avanzando hacia el altar se va cuesta arriba, y con el pie derecho más bajo que el izquierdo.

La basílica nueva se ha diseñado para soportar este hundimiento empleando una cimentación muy somera y un sistema de suspensión hidráulica la proteje de los frecuentes terremotos.

Y aquí está la Guadalupana, con foto tomada desde debajo.

Tras esto, nos montamos en la Toyota y recorrimos unos cincuenta kilómetros hasta llegar a Teotihuacán. Allí, primero pasamos por un centro de artesanía, donde nos enseñaron cómo trabajaban los nativos prehispánicos el agave y la obsidiana. Y nos invitaron a probar el pulque y el tequila (fermentado y destilado, respectivamente, del aguamiel natural del agave). Y también un licor de tuna (vamos, un licor del higo chumbo de toda la vida).

A comer en un restaurante de la zona, «El Jaguar» donde nos obsequiaron con danzas aztecas

y, para celebrar el día del Orgullo Friki, pues no lo pude resistir…

Allá va una foto del grupo que íbamos en la furgoneta. Gente muy agradable todos:

Terminando de comer, a explorar las pirámides los templos del Sol y de la Luna de Teotihuacán. El templo del Sol tiene truco: no es una construcción desde cero, sino que es una montaña recubierta de piedra.

¿Parece pequeño el templo del Sol?

Pues no lo es en absoluto.
Doscientos y pico escalones, de altura superior a lo que actualmente tenemos en nuestras escaleras.
Subir cansa. Mucho.

Pero al final se consiguió, después de hacer descansitos en cada «piso».

Y nada más conseguirlo, a bajar deprisa porque vino la lluvia. Y qué lluvia. Entre lluvia gorda y granizo fino. Abortamos excursión al Templo de la Luna. Y vamos corriendo al estacionamiento 4, donde nos espera el chófer con la Toyota… Esteee… ¿Dónde está nuestro autobús? Esteee… A mojarse pacientemente hasta que regrese el autobús. Cinco minutos bajo una lluvia torrencial debajo de un pequeño tejadillo. La lluvia caía muy fuerte, así que el tejadillo para lo único que servía era para evitar mojarse demasiado la cara.

Completamente empapados, tras tomarnos un café para entrar en calor, regresamos al DF.

Hablando de café: en México son incapaces de hacer un café con leche 50/50. Para ellos, el café con leche es siempre un larguísimo: llenarte la taza de café y luego dejarte la jarrita de leche para que le eches un par de gotas (si le echas más, la taza se derramará). Vamos que para ellos un corto de café es sólo un  documental cinematográfico de 10 minutos o menos sobre la vida de Juan Valdez.

Con la ropa aún mojada (menos mal que no hacía viento) llegué al hotel y tras cambiarme y secarme, a bajar corriendo a recepción para pedir un periódico: las deportivas que llevaba puestas son las que usaría en el viaje.

Y hasta aquí la excursión del sábado, y lo que dio de sí.

El domingo me levanté temprano, hablé con mi familia (bendito Skype y Wifi gratis en el hotel), hice la maleta, vi el trenecito de la Fórmula 1 de Mónaco, fui a misa de nueve en la parroquia del Santo Niño de la Paz (una misa muy agradable), y tras desayunar con el jefe del proyecto en el hotel, pues tomé el taxi y para el Aeropuerto. Facturar, cambiar los pesos mexicanos a Euros, pasar por el control de seguridad (donde el detector de metales está al máximo, no como en España), comprar un par de regalitos en los duty-free, esperar la media hora de rigor y embarcar a las 12:15.

El avión, un Airbus A340-300. Iberia. Sin entretenimiento personal, sólo colectivo. Tras un despegue que se me hizo eterno, un vuelo tranquilo. Me tragué dos películas y la tercera me la dormí. Y sobre las 6 de la mañana aterrizamos en la pista 32R de Madrid-Barajas. A las 7 y media estaba en casa. A dormir unas cuatro horas más, por favor…

Vamos a ver mañana con qué cuerpo voy yo al trabajo…

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