Este pasado fin de semana, la muerte del Santo Padre me pilló en Cartagena, en la boda de mis amigos Carlos y Maru, en pleno baile.
Cuando Sto. Domingo Savio murió muy joven, en el oratorio de los Salesianos donde estudiaba sus compañeros no intercedían por él, sino que le pedían a él que intercediera por ellos. Y es que sus compañeros pensaban, «si él no es santo, ¿entonces quién lo puede ser?».
Algo parecido sucede ahora. Más que orar por su alma, somos muchos los que le rezamos a él.
¿Y ahora qué?
¿Qué sucede en la vida de la Iglesia, y en particular de la Santa Sede, tras la muerte de Juan Pablo II? La respuesta, por la agencia Zenit, en el documento La Sede vacante en la vida de la Iglesia.