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La dichosa publicidad

Me gustaría tener una rabieta o pataleo (rant) sobre algo que, supongo, a todos nos jorobará de manera parecida. Algo que saca durante cinco segundos a esa bestia que llevamos dentro, echando espumarajos por la boca y acordándonos de la madre que trajo al mundo al responsable de dicha situación.

El curso de los acontecimientos es similar. Uno entra en el coche, después de tenerlo aparcado en la calle durante al menos varias horas. Se sienta, arranca el motor, regula los espejos, se pone el cinturón y arranca el vehículo. El ente móvil avanza por la vía primero despacio, aunque luego continúa acelerando, dejando atrás el origen del viaje. De repente, uno se da cuenta de que va siendo hora de darle un poco al limpiaparabrisas, ya que la lluvia de ayer no fue tal, sino que sólo fue algo de barro.

Tras tirar ligeramente de la palanquita derecha del volante, un líquido jabonoso se esparce por el vidrio laminado. Los brazos del limpiaparabrisas comienzan a moverse. Es en ese momento cuando uno se da cuenta de que cierto objeto se ha quedado en mitad del parabrisas, pegado por la humedad. Y no hay mano que llegue a mitad del parabrisas por la parte de fuera…

Sí. Me estoy refiriendo a esos dichosos papelitos o pequeñas cartulinas de publicidad que alguien, oportunamente, nos regala, dejándolas olvidadas enganchadas en el limpiaparabrisas de nuestro automóvil.

Las hay de diversos tipos y modelos: pintores, compra y venta de pisos, gimnasios, reparación de televisores y electrodomésticos varios… Incluso la Volkswagen tuvo la brillante idea, en pleno 28 de diciembre del pasado año, de sembrar los limpiaparabrisas de los coches aparcados en el centro de Madrid de multas falsas.

Sobre las multas no voy a hablar en esta columna. Yo bastante tengo con lo que hay…

El caso es que tenemos un delicioso trozo de papel tamaño A6 pegado con agua en el parabrisas. Con un poco de suerte, a la altura de los ojos (que tiene narices la cosa) para lograr algo más de riesgo en el Rally Vespertino de la M30. Afortunadamente, en este caso, el propio aire secará el papel y acabará cayéndose.

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